Un día me encontré hablando de una filosofía de delantal. Frente a las miradas de reparo que suele generar la filosofía, yo quería mostrarla en la cotidianidad que nunca debió de abandonar. Además, explicaba cuál es mi modo de ser y trabajar: soy algo así como una cocinera en el ámbito del pensamiento y la reflexión aplicada.
Me apasiona detectar las buenas materias primas en los autores —filosóficos o no— de cualquier tiempo; saboreo con auténtica fruición las expresiones acertadas que nombran la realidad, iluminándola desde dentro; y me urge compartir eso a quienes pueda gustar o hacer bien.
Trato con respeto esos materiales, procesándolos hasta relacionarlos entre sí, integrarlos y convertirlos en un plato accesible y apetecible —además de nutriente—, para personas de distinta procedencia, edad, formación, situación vital, etc. Cuido el buen maridaje entre concepto y realidad, entre palabra y experiencia, entre reflexión y acción.
Me entusiasma hacer eso. Cocino a la antigua usanza, a fuego lento, que es ritmo de la contemplación sosegada de la realidad para atenderla, interpretarla y vivirla. No quiero imponerle conceptos ni planes abstractos sino entablar un diálogo con ella y conciliarnos.
El delantal mantiene mi reflexión en la vida cotidiana, me coloca en una tesitura de trabajo y de servicio, confiere humildad a mi ser y quehacer.