Tiempo de sumar
Por Natàlia Plá
En estos tiempos apesadumbrados, resulta difícil administrar los impactos mediáticos y las consiguientes emociones; enfocar la empatía, la sensatez, la lógica, el sentido común y el práctico; controlar la visceralidad y evitar la indiferencia.
A cada noticia terrible sobre un atentado, sucede la siguiente. Tras una avalancha de inmigrantes llega otra. Y esos infortunios de gran magnitud hacen que ni siquiera prestemos atención a otros muchos, más comunes o antiguos -que no menos graves- o más silenciados por razones de índole diversa.
Pareciera como si de una macabra competición por llamar la atención del público se tratara. Como si unos muertos hubieran de robar la primera página a los anteriores. Como si hubiera que elegir si unos son más víctimas que otros, si unos asesinados o heridos son más nuestros que otros… ¡Qué absurdidad!
Todos somos…
Es una frivolidad, dada la gravedad de la situación, lanzar mensajes en que personas de diferentes adscripciones ideológicas o confesionales se echen en cara unos a otros, tendenciosamente, si ahora dicen o no, si se manifiestan o no, si están ahí o no… Lo cierto es que muy pocos, por no asumir abiertamente que nadie, están en todos los focos de gravedad. De entrada, por la simple razón de que es imposible: no hay corazón ni cuerpo humano que lo resista. Pero además, como decíamos, es frívolo andar perdiendo el tiempo, la creatividad y la energía en recriminaciones, en vez de esforzarse en apagar alguno de los incendios existentes, alguno de los muchos focos de mal que están destruyendo al ser humano contemporáneo.
Y porque frente a la barbarie -y de eso andamos muy sobrados en este momento- no cabe otra que cerrar filas para sumar todas las posibles fuerzas existentes so pena de perder posibilidades por las grietas de nuestra sociedad; esas grietas de las que sí somos responsables cuando no sabemos sumar con tanto como es lo que nos une y compartimos.
Ese popular “todos somos…”, aunque tiene la fugaz vigencia de esa solidaridad vaga propia de internet, al menos debería de servir para lanzar un fogonazo sobre una verdad radical: que todo ser humano es asunto nuestro, que toda víctima afecta a nuestra humanidad y apela a nuestra conciencia ética.
Sabemos que hay un cerebro emocional que hace empatizar antes con unos que con otros. El estudio de dilemas éticos por parte de autores como Hauser o Greene lo muestra. Pero por eso existe también una conciencia ética que no depende de simpatías, de feelings, de vínculos emocionales ni intereses comunes. Una conciencia ética que es sacudida y que, aturdida por tanto impacto, busca cómo y qué responder.
Tiempo de fortaleza
Algunos responden desde la primera línea. La que se mancha y queda comprometida. Incluso al precio de sufrir un estrés post-traumático crónico, pues sí. Y encima, dándolo por bueno. Otros asumen la pequeña tarea cotidiana de mantenerse atentos y sensibles en la cercanía cuando la ocasión lo brinda. Y hay quienes se centran en reclamar a las instancias públicas su ineludible papel en todo ello.
Pero somos todos quienes hemos de responder a la avalancha de dolor y sufrimiento que nos rodea. Porque el riesgo de desazón es grave. Porque, sin darnos cuenta, podemos terminar por asumir códigos demasiado parecidos a los de aquellos a quienes deseamos frenar.
Es este un tiempo para sembrar bondad y belleza que alimenten razones para la esperanza en el género humano. Es tiempo para sacar a la luz la multitud de pequeñas cosas bellas, conmovedoras, solidarias, valiosas que suceden en nuestros entornos y que también hablan de qué es el hombre para el hombre.
Desafíos
Hay que defenderse, claro que sí. Pero no solo de quienes estallan bombas. También hay que defenderse de lo que eso pueda suscitar en nuestros corazones: de la tentación de cerrar nuestras sociedades sobre sí mismas, de perder la confianza en la libertad y el diálogo, de llenarnos la boca de valores democráticos y las manos de acciones bélicas, de mirar con desconfianza a todo aquel que sea diferente…
Trabajemos por herir, sí, herir de muerte todo tipo de fanatismo, expresión de orgullo deshumanizador que se erige en juez y administrador de la vida humana, propia y ajena. Pero hay que aspirar a hacerlo sin herir a las personas que se hallan presas de esa perversa ideología, hay que salvarlas de sí mismas y de los poderes que las están manejando. Porque como escribe el poeta Francisco Javier Irazoki, “el triunfo consiste en no haber herido.” Ese es un auténtico reto: no tomar sus mismas armas.
Seamos realistas. No es momento de dialogar cuando alguien es prisionero de la sinrazón. Pero por eso hay que apurar todos los otros posibles interlocutores, todos aquellos que puedan hacer de puente con quienes alberguen rendijas de duda o sospecha acerca de si el paraíso puede estar teñido de sangre. A los otros habrá que ver si se puede sanarlos, porque solo cabe concebir como enfermedad humana lo que lleva a actuar así. Y hasta protegerles de sí mismos al tiempo que, por supuesto, nos protegemos de ellos.
Pero también tenemos que herir de muerte a esa parte de nuestra cultura y sociedad que se hace cómplice del egoísmo estructural que no atiende el sufrimiento en sus lugares de origen ni tampoco abre las puertas de sus fronteras para acoger a quienes huyen despavoridos de él. Porque todo ello no habla nada bien de la solidez de nuestros valores democráticos ni de nuestra conciencia solidaria.
Publicado en Ámbito María Corral, abril de 2016
http://www.ambitmariacorral.org/2016/04/tiempo-de-sumar/?lang=es